Se trata de una película absolutamente casera con todos los defectos y virtudes que trae consigo el amateurismo. Sin embargo, en esta ocasión, “El limpiabotas” no tiene intención ni conciencia de serlo. Lo es, porque está rodada con vídeo cámara común y corriente y nada más, en un país pobre de África donde el crear una industria cinematográfica es poco más que una utopía. Los escenarios son poblados chabolistas donde tienen los colchones tirados en el suelo y no disponen de ducha ni agua corriente, teniendo que recurrir a cubos — esto se muestra de la manera más natural cuando la ficción requiere una escena de ducha — y, aún rodada en pleno paraje selvático medio edificado, se obvia esa condición tercermundista para mostrarnos una historia de mafiosos y narcos que transcurre en ese poblado de Guinea, simulando estar en una gran urbe. Todo ello mostrado con una seriedad pasmosa, una ingenuidad un tanto desconcertante y la pasión del que está haciendo una película de cien millones de dólares por menos de tres euros.
Un vagabundo, que hace de limpiabotas en el pueblo, es despreciado y vilipendiado por aquellas personas a las que atiende y de las que recibe poco menos que un par de monedas. Un buen día, le dan el chivatazo de que un mafioso llamado “El cuchillas” está interesado en contratar hombres para su banda, con el fin de realizar cobros y trabajos sucios. Y para allá que va nuestro limpiabotas. Una vez dentro de la organización, se da cuenta de que todos a su alrededor hacen las cosas de la manera más cruel y violenta innecesariamente, motivo por el que se enfrentará a sus compañeros gangsters. Naturalmente, pronto todos se pondrán en su contra y, cuando salva a una chica de ser violada por lo secuaces del Cuchillas y desaparece con un dinero que debía recaudar, el limpiabotas también pasará a ser un objetivo non grato para el capo mafioso.
El uso del español en los actores, sumado a una falta de medios muchas veces sonrojante, convierten “El Limpiabotas” en la cosa más fascinante que me he echado a la cara en un montón de tiempo. Unos diálogos y unas situaciones tan inverosímiles que el espectador es incapaz de retirar los ojos de la pantalla ni un solo instante, con el aliciente de que, contra todo pronóstico, lo que sucede es harto interesante, además de condenadamente divertido. Por norma general, cualquier película africana es curiosa y divertida de ver. Incluso llega el momento, tras tres o cuatro consumidas, que la broma se acaba, pero “El limpiabotas” es la muestra palpable de que, aunque ya hayamos visto películas de todos los lugares, países y colores, siempre va a haber una que nos sorprenda. En este caso, no solo por lo pobretón y chabacano que se ve todo, sino porque el resultado es altamente divertido. Este guion, rodado con medios en los USA, no desentonaría de productos de similares intenciones de gama media, como todos esos “direct to video” de acción para el lucimiento de Michael Jai White o similares. Pero de ser así, sería una más del montón; al tratarse de un producto tercermundista e inaudito, lo convierte en una pedazo de película —dentro de su infragénero—.
Lo curioso del asunto es que, si algo de estas características fuese rodado en España, sería carne de festival tonto que nadie tomaría en serio, pero en Guinea Ecuatorial la cosa es muy distinta y la película fue un “éxito”. Es por ello que “El limpiabotas” recibió toda suerte de ayudas gubernamentales. Por supuesto, la exhibición en el país africano no es como aquí, se trata de una actividad completamente itinerante, como de feriante, y aunque en la ciudad de Malabo hay algún que otro cine, lo cierto es que no todos los días cuentan con funciones programadas, por lo que “El limpiabotas” se fue de gira por el país, siendo exhibida en cines, hoteles, convenciones o cualquier lugar donde hubiera un proyector, fuera este decente o no. Así, se convirtió en una de las películas más vistas de Guinea y, trece años después, se rodó una secuela (de la que quizás no tarde en hablarles) con la misma pobreza de medios, pero más fácil de camuflar gracias a la tecnología, el HD, el 4K y toda suerte de lentes y ópticas adaptadas a nuestras necesidades instaladas en los teléfonos móviles. Por supuesto, Guinea esperaba con ganas esa secuela que lleva por subtítulo “El regreso del Señor Cuchillas”, cosa que no deja de ser desconcertante porque al final de la que nos ocupa, el tal Cuchillas moría a manos del limpiabotas…
Como fuere, la película recibió toda suerte de ayudas y atenciones, sin que por ello deje de ser una cosa amateur surgida de la cinematografía emergente africana, lo que se traduce en una peli grabada con lo puesto (esta vez en HD).
No existe cartel de la primera entrega de “El Limpiabotas”, pero les dejo con una captura del título, y una fascinante foto del cine Rial de Malabo, probablemente el complejo cinematográfico más importante de la ciudad. Y fíjense en la forma tan peculiar de proceder, directamente desde el ordenador y sin ampliar el reproductor para que se proyecte a pantalla completa.
Un exotismo fascinante.
Por cierto, el director de “El Limpiabotas” es Bonifacio Obama, también conocido como Bony Obama, que además de esta ya rodó en 1997, con el vídeo más arcaico de la época, otra titulada “El tesoro”. Pero como les he dicho anteriormente, esta, su película más famosa, supera todas las expectativas.
El uso del español en los actores, sumado a una falta de medios muchas veces sonrojante, convierten “El Limpiabotas” en la cosa más fascinante que me he echado a la cara en un montón de tiempo. Unos diálogos y unas situaciones tan inverosímiles que el espectador es incapaz de retirar los ojos de la pantalla ni un solo instante, con el aliciente de que, contra todo pronóstico, lo que sucede es harto interesante, además de condenadamente divertido. Por norma general, cualquier película africana es curiosa y divertida de ver. Incluso llega el momento, tras tres o cuatro consumidas, que la broma se acaba, pero “El limpiabotas” es la muestra palpable de que, aunque ya hayamos visto películas de todos los lugares, países y colores, siempre va a haber una que nos sorprenda. En este caso, no solo por lo pobretón y chabacano que se ve todo, sino porque el resultado es altamente divertido. Este guion, rodado con medios en los USA, no desentonaría de productos de similares intenciones de gama media, como todos esos “direct to video” de acción para el lucimiento de Michael Jai White o similares. Pero de ser así, sería una más del montón; al tratarse de un producto tercermundista e inaudito, lo convierte en una pedazo de película —dentro de su infragénero—.
Lo curioso del asunto es que, si algo de estas características fuese rodado en España, sería carne de festival tonto que nadie tomaría en serio, pero en Guinea Ecuatorial la cosa es muy distinta y la película fue un “éxito”. Es por ello que “El limpiabotas” recibió toda suerte de ayudas gubernamentales. Por supuesto, la exhibición en el país africano no es como aquí, se trata de una actividad completamente itinerante, como de feriante, y aunque en la ciudad de Malabo hay algún que otro cine, lo cierto es que no todos los días cuentan con funciones programadas, por lo que “El limpiabotas” se fue de gira por el país, siendo exhibida en cines, hoteles, convenciones o cualquier lugar donde hubiera un proyector, fuera este decente o no. Así, se convirtió en una de las películas más vistas de Guinea y, trece años después, se rodó una secuela (de la que quizás no tarde en hablarles) con la misma pobreza de medios, pero más fácil de camuflar gracias a la tecnología, el HD, el 4K y toda suerte de lentes y ópticas adaptadas a nuestras necesidades instaladas en los teléfonos móviles. Por supuesto, Guinea esperaba con ganas esa secuela que lleva por subtítulo “El regreso del Señor Cuchillas”, cosa que no deja de ser desconcertante porque al final de la que nos ocupa, el tal Cuchillas moría a manos del limpiabotas…
Como fuere, la película recibió toda suerte de ayudas y atenciones, sin que por ello deje de ser una cosa amateur surgida de la cinematografía emergente africana, lo que se traduce en una peli grabada con lo puesto (esta vez en HD).
No existe cartel de la primera entrega de “El Limpiabotas”, pero les dejo con una captura del título, y una fascinante foto del cine Rial de Malabo, probablemente el complejo cinematográfico más importante de la ciudad. Y fíjense en la forma tan peculiar de proceder, directamente desde el ordenador y sin ampliar el reproductor para que se proyecte a pantalla completa.
Un exotismo fascinante.
Por cierto, el director de “El Limpiabotas” es Bonifacio Obama, también conocido como Bony Obama, que además de esta ya rodó en 1997, con el vídeo más arcaico de la época, otra titulada “El tesoro”. Pero como les he dicho anteriormente, esta, su película más famosa, supera todas las expectativas.