viernes, 31 de mayo de 2024

DISCO, IBIZA, LOCOMÍA

¿Podríamos considerar a Locomía una “boyband”? yo supongo que sí. Como fuera, lo que vengo a decir es que recuerdo a la perfección cuando salió a la palestra la “boyband” Locomía, creo que fue en un magazine de los de al medio día en la televisión pública. Iban vestidos como Parchís, pero de manera extravagante y daban vueltas, sin mucho orden, a sus abanicos, amanerados como ellos mismos y ofreciendo un tipo de música (¿eurohouse?, ¿eurobeat?) de la que en esos momentos yo era un enemigo acérrimo. A las pocas semanas de su irrupción en radio y televisión, Locomía ya estaban sonando en todas partes, y lo único que generaba en mí era rechazo y desasosiego.
Sin embargo, independientemente de los gustos, el periodo y el grupo se quedaron grabados en mi psique y, desde hará cinco o seis años, quizás por nostalgia, he desarrollado el gusto por estas músicas discotequeras de primeros de los 90 como quien no quiere la cosa. Y al menos la canción que les hizo famosos, “Locomía”, me parece un temazo con una producción increíble y una línea de bajo agresiva y absolutamente sampleable. Una canción muy bien hecha y que  hoy suena mejor que hace 35 años.
Muchos debieron pensar igual que yo, porque lo cierto es que estos últimos tiempos Locomía han pasado de estar condenados al ostracismo a ser reivindicados como grupo de dance autóctono, más allá del público homosexual que tampoco se encuentra entre su más fieles seguidores, quizás por el hecho de que en plenos 90 Locomía, a pesar de su evidente pluma, se mantenían bien dentro del armario con todas sus consecuencias. Cosas de su descubridor y productor, José Luis Gil, que con muy buen ojo quiso recolectar las ganancias de su público potencial: mujeres adolescentes de habla hispana que hacían de estos sus referentes sexuales.
A raíz de dicho revival, se rodó una estupenda serie documental de Pablo Aguinaga y Mariano Tomiozzo, que nos contaba con pelos y señales la fascinante historia de Locomia, además de presentarnos a su líder, Xavier Font, como alguien oscuro y turbio que manipulaba a sus amigos a antojo y gestionaba el dinero que ganaban en Ibiza con sus bailes de abanicos. Se lo gastaba, como él mismo dice: “En alguna joya. Y yo no uso bisutería”. Font en ese documental es la viva imagen del megalómano.
Dos años después se estrena en nuestros cines, por todo lo alto, una película biopic que básicamente viene a contar lo mismo pero a modo de ficción y, suavizando mucho algunos pasajes con respecto a la serie. Nos cuenta, sin salirse ni un ápice de la fórmula del biopic, cómo un individuo metido de lleno en la industria musical, José Luis Gil, consigue, en palabras del propio personaje, que “una anécdota ibicenca se convirtiera en un grupo de éxito internacional”. Así somos testigos de los primeros pasos de Locomía como diseñadores de moda de andar por casa y gogós de discoteca que, al ser descubiertos por Gil, se convierten en el combo dance más importante del país y latinoamérica. Pero claro, la banda tiene un handicap y es que a pesar de la poderosa puesta en escena con el rollo de los abanicos, cantan como perros, motivo por el cual es el propio productor quién se encargaría de grabar las voces principales. Locomía, pues, tenían que limitarse a bailar y tirar de playback. Sin embargo, el líder, Xavi Font, no es capaz siquiera de hacerlo en condiciones, por lo que es semi-expulsado de Locomía, sembrándose así el caos y la sinrazón en un entramado que incluye drogas, fiesta, juicios, contratos, copyright y hasta la suplantación de identidad…
Tengo debilidad por los biopics, más aun si estos se centran en entorno musical, y, “Disco, Ibiza, Locomía”, que además se mira en el modelo americano —incluyendo dinámicas secuencias de grabación de tracks como ya habíamos visto en “Bohemian Rapsody”, “Straight Outta Compton” o “Rocket Man”—, me ha resultado una película vibrante y enloquecida con la que he disfrutado mucho. Y es que, fiel a los hechos que ya se contaban en el documental, no se deja ninguno de los escándalos en el tintero y la película empieza y acaba justo de la manera que ha de hacerlo. Y está muy bien… pero no es tan buena como la serie documental, esa sí que es una maravilla.
Como fuere, tenemos en el reparto a Jaime Lorente que se mete en la piel de Xavi Font otorgándole más pluma de la que hacía gala el personaje real, al mismo tiempo que gasta dejes propios del otro personaje real de la cultura popular al que interpretó hace poco, Ángel Cristo en “Cristo y Rey” —pero que está bien a rasgos generales—. Tenemos a Blanca Suárez haciendo de Blanca Suárez y un actor que está genial y contribuye a que la película entera merezca la pena aunque el fenómeno Locomía nos importe tres cojones: el argentino Alberto Ammann, quien pasa de un registro sereno en la también estupenda “Upon Entry” al histrionismo de un productor musical con una forma de hablar muy concreta llevada por el actor a cotas casi paródicas, convirtiéndose, sin duda, en lo más celebrado de la película ¡Menuda transformación! Disimular el acento argentino en esta ocasión sería lo de menos.
Dirige la función, con un pulso narrativo envidiable y una velocidad de vértigo, Kike Maíllo. “Eva” y “Toro” serían sus películas de mayor importancia. Pero esta es la más interesante.