Un niño descubre que su hermana tiene una enfermedad de la
cual la ciencia desconoce su origen, y al escuchar a su madre que pedirá a Dios
por ella, este decide escaparse para ir
a Belén a decirle al niño Jesús que la cure. Para ello toma un tren, y
bajándose en vete tu a saber dónde, vivirá aventuras.
¿Qué cuales son estas aventuras? Básicamente, encontrarse un
burro y hablarle al oído, ser recogido en auto-stop por Antonio Machín y ver
aterrizar una nave espacial de juguete, de cuyo interior desciende, otra vez,
Antonio Machín diciendo que es el rey Baltasar.
La película data de 1968, se estrenó en 1970, y en los
ochenta, lógicamente, salió en vídeo. Siendo el niño protagonista, Carlitos Juliá, rubito y con el
pelo rizadillo (y de lo más repelente), y teniendo en cuenta que todos los
niños pequeños son iguales, entre las muchas ediciones con las que contaba la
película, en una de ellas, se intentaba que pareciera Lolo García, para
aprovechar el tirón que en vídeo-club tenían las películas de este… ahora, si consiguieron engañar a alguien,
eso ya no lo se.
En definitiva, que la película, además de un coñazo (es de
Esteba, ¿qué se creían?) propone un mensaje repugnante. Se trata el tema de la
enfermedad infantil con muy poca delicadeza y, conociendo al director, seguro
que es hasta intencionado. A pesar de sus 79 minutos de metraje, parece
no acabarse nunca, además no pasa nada, y es que, sin serlo, esto es cine
contemplativo.
Una patata hervida machacada con un tenedor para convertirla
en puré.
Eso si, Manuel Esteba, dos cojones tenía como dos sandías,
más jeta que espalda, muy poquita vergüenza… pero a pesar de su más que nutrida
filmografía, también menos talento que inteligencia un
futbolista, como demostró, sobradamente, en los ochenta… porque, a pesar de todo,
esta “Hola…Señor Dios” está un pelín más cuidada, en general, que las que hizo
posteriormente. Pero sin llegar a los mínimos.