No hace demasiado tiempo, quizás con el uso de las redes sociales, se implantó en la jerga estadounidense el término “Karen”. Este sirve para referirse de manera despectiva a un estereotipo concreto: la típica cuarentona, bocazas, irrespetuosa y que a menudo suele llevar el pelo corto estilo chico. Aquí en España no se maneja —todavía— porque el castellano es rico en terminologías peyorativas y, de toda la vida, hemos empleado vocablos que vienen a significar lo mismo que “Karen”: “Maruja” o “Choni”, serían buenos ejemplos. Es más, diría que el más aproximado al término anglosajón sería concretamente “Choni”.
Una vez sabido esto, comprenderemos la estúpida broma perpetrada por el infame, calvo y miserable Shawn C. Phillips, uno de los nombres más recurrentes del SOV actual que, aparte de realizar sus películas grabadas en vídeo, tiene un canal de Youtube de gama media tirando a baja, en la que opera bajo el irritante nombre de “Coolduder”.
Como ya saben, lo de ambientar cualquier película de baja estofa en el “barrio” de Amityville, no es una cuestión homenajística (en algún caso sí, como en “The Amityville Legacy”), es pura rutina para aparecer primero en las búsquedas de las plataformas en las que se suelen alojar todas estas cosas (porque Amityville comienza por la letra “A”), y esa es la única razón de ser del “Amityvillexploitation”.
En esta ocasión, la acción se centra dentro del vecindario de Amityville, donde tenemos una “Karen” que además de depilarse los sobacos, ponerse mascarillas y perfume barato, gusta de coquetear con los hombres rudos y fortachones (los llamados “Guidos”) y echar reprimendas sin sentido a sus congéneres.
Cerca de donde vive hay un restaurante en crisis, así que Karen aprovechará para robarles una botella de vino que se beberá al calor de su hogar. Claro, la botella está maldita y, en consecuencia, Karen vivirá toda suerte de sucesos paranormales para luego ella asesinar a quien se ponga en su camino.
Al margen de que esta sinopsis suena algo mejor de lo que es, no hay nada en “Amityville Karen” novedoso, original o ingenioso. Esto es materia muerta por parte de Shawn C. Phillips, que le pone menos ganas y menos ilusión al asunto que si le tocara realizar un vídeo de boda. Phillips hace alarde de la vagancia más absoluta porque, al fin y al cabo, la película es lo de menos, tan solo está concebida para figurar, para estar en plataformas o, como Naxo diría, para conseguir clicks.
Entonces, "Amityville Karen" es medio visible durante los primeros diez minutos iniciales, que cuentan con un montaje más o menos dinámico y se nos presenta a Karen de manera más o menos divertida. Pasados esos minutos, la cosa va combinando eternos planos medios en los que los actores conversan intrascendentemente, tías escuálidas que muestran sus tetas, maquillajes y efectos especiales de baratillo, y algo de gore para justificar la adscripción de esta ponzoña al género de terror.
En el terreno de las tetas, ni siquiera se las vemos a la protagonista, Lauren Francesca, la que hace de Karen, habitual en cintas de corte independiente de variado pelaje, que es monilla, resultona y la intuimos unos estupendos pechos. Se las vemos, en cambio, a las secundarias esqueléticas y poco apetecibles que se prestan a desnudarse a cambio de un bocadillo de mortadela en la película de Phillips. Lo cual es casi mejor porque va acorde en baja calidad al resto del artefacto y este, en general, se vuelve más desagradable.
Por supuesto, Shawn C. Phillips tiene un ego inmenso equiparable únicamente a su falta de talento y se asigna un papel secundario; es uno de los camareros del restaurante donde la Karen manga el vino maldito, y le vemos en todo su esplendor, luciendo hechuras de ex obeso que va recuperando su estado natural, prominente calva y rodapiés a lo Saza. Y habla, habla, habla, dando vida a un personaje que, como el propio director, intuyo, vive en casa de sus padres.
La producción la firma Ron Bonk, estandarte del SOV noventero, que -tirando erróneamente de la etiqueta underground- gestiona los papeleos legales de toda esta ralea de películas, dándole igual el resultado de las mismas y poniendo el número de cuenta. Al menos no está matando perros.
Y poco más. Como digo, estas cosas no las veo buscando diversión, sino más bien por razones antropológicas y, en ese sentido, “Amityville Karen” cumple con creces su cometido, aunque para ello tenga que soportar una hora y cuarenta y seis minutos de la más absoluta nada.