“El infinito”, a grandes rasgos, es una buena película. Sin más. Y eso es decir muy poco. Sin embargo, y desde que se estrenó, se pone como ejemplo de film que, con un presupuesto bajo —en este caso no llegó al millón de dólares. Puede parecer mucho pero para una producción media en realidad es bastante poca cosa— y ciertas tablas e inventiva se puede hacer una película visible, vendible y exportable. Claro que, además del millón de pavos, hay que tener algo de talento y, en esta ocasión, Aaron Moorhead y Justin Benson lo tienen.
No son nuevos en esta plaza, ambos venían de hacer films medianos de relumbrón como puedan ser “Spring” o “Resolution” (que comparte universo con esta) y son los niños mimados del festival de cine de Tribeca. Tienen claro que, si quieren ahorrar la pasta del presupuesto, deben trabajar más, cosa que en absoluto les importa por el bien de la película. De este modo, Benson la escribe, Moorhead se encarga de la fotografía, ambos de la dirección, la protagonizan y, finalmente, la montan. Si un rodaje convencional suele durar cuatro semanas, estos finiquitan el asunto en dos. Si necesitan que suene una canción en algún momento, la eligen de los archivos del dominio público. E incluso no tienen ningún impedimento en, si algo de rodar es costoso y pueden usar imágenes de archivo, usarlas, como han hecho aquí cuando el guión requería la presencia de un puma. Con todo eso, se ahorran otro millón de dólares y ya tienen película. Son los “Juan Palomo” del cine independiente.
Y lo cierto es que soy capaz de detectar todo eso, el esfuerzo, el trabajo… pero también que, más allá de eso, no es una película que perdure, que se quede guardada en la psique, ni que apuntemos en la lista de próximas adquisiciones; la vemos, nos quedamos más o menos a gusto y, pronto, la olvidaremos para siempre.
Dos hermanos, Aaron y Justin (los personajes se llamas igual que los actores y directores), tiempo atrás pertenecieron a una secta y ahora parecen vivir felices en un cuchitril, ajenos a aquello. Un buen día, reciben una cinta de vídeo remitida precisamente por la secta. Al verla, el mundo de los dos hermanos se pone patas arriba y se plantearán si regresar al lugar del que provienen. Esto tendrá inesperadas consecuencias.
Todo ello ofrecido con solvencia y sabiendo hacer uso del “suspenso” que dirían los mexicanos, hasta que por momentos el espectador se queda un poco tocado… y hundido, porque por cada muestra de brillantez, vienen eternas escenas dialogadas que sobrepasan el tedio.
Sin embargo, al final este tipo de giros, triquiñuelas o como quieran llamarlo, no son algo que veamos por primera vez o que no nos haya ofrecido otro tipo de cine. Como ya digo, al final lo más curioso de “El Infinito” es que está rodada con palos y piedras, y que no es del todo convencional. Por lo demás, tan solo una buena película. No superior, no la polla en vinagre… solo una buena película. Me atrevería a decir que incluso mediocre. Y las buenas películas al final están bien, nos gustan… aunque van exentas de personalidad y carisma y, efectivamente, a “El Infinito” le pasa un poco eso.
Y como es densa, hay quien la justifica comparándola con los films de Terrence Malick —si hay algo de eso es por pura casualidad—.
Pero véanla, que lo mismo, al igual que a todos esos adictos al festival de Sitges, les acaba cambiando la vida… a mí, por lo pronto, no.
En cuanto a Aaron Moorhead y Justin Benson, fueron fichados por Marvel/Disney para dirigir algunas de sus series, así pues les espera un futuro brillante... aunque, quizás, menos creativamente libre.