“Teo, el pelirrojo” es una ignota película del no menos ignoto director burgalés Paco Lucio. Compitió en el festival de Berlín, pero, más allá de eso, apenas tuvo vida comercial tras su discreto estreno en cines, donde la vieron poco menos de 60.000 personas. No consiguió el apoyo de las televisiones y no se emitió hasta muchos años después, ya en los 90, del mismo modo que nunca tuvo una edición oficial en vídeo.
Sin embargo, sí obtuvo apoyo de la Junta de Castilla y León y fue financiada por el Ministerio de Cultura solo en parte, cosa rara considerando que, por forma y fondo (película de tono serio y culto, ambientada en la época del desarrollismo y con un reparto de renombre), a priori, cumplía con todo lo que exigía la ley Miró a una producción.
Vista hoy puedo comprender el ninguneo esnob, porque, pese a que se trata de una película muy para ese público de los ochenta, la tosquedad y poca pericia con la que está rodada debió tirar para atrás a todos aquellos entes bienpensantes que podían decidir sobre su futuro.
La cosa va de un juez que, junto con su esposa e hijo pequeño, se va al pueblo del que es originario porque le han avisado de que el abuelo va a morir. Una vez allí, el hijo del juez, además de contactar con otros críos, se hace amigo de un cateto, Teo el pelirrojo, aspirante a policía local que es rechazado por los dirigentes por mala bestia, lanzar proclamas comunistas en la tasca y tener un pasado turbio. Pero el chaval y el bruto se llevan estupendamente y tienen conversaciones de lo más enriquecedoras. Todo se tuerce cuando el pedazo de animal saca un día la escopeta y se carga a todas aquellas personas relevantes que le han negado el pan y la sal como policía.
Por supuesto, como el chaval ha hablado de muchas cosas con el asesino, será sometido a un tercer grado por parte de su padre el juez y las autoridades del pueblo.
Como pueden ver, un argumento muy viable para lo que se estilaría en el cine español a finales de los ochenta. Sin embargo, y al margen del politiqueo que pudiera haber silenciado (o no) esta película, “Teo, el pelirrojo” es aburrida como una mala cosa, amén de tener una estructura extraña, de tres o cuatro actos, incapaz de llevar una línea narrativa coherente; los hay largos en exceso y otros —como cuando Teo el pelirrojo se lía a tiros— suceden en un santiamén. En definitiva, y hablando en plata, se trata de una película cultureta, sí, pero bastante mala.
El reparto esta formado por actores de la talla de Álvaro de Luna “El Algarrobo”, incapaz de desencasillarse de los papeles de garrulo tras su paso por “Curro Jiménez”, Ovidi Montllor, con la parsimonia que le caracteriza, y María Luisa San José, que sobrevivió al destape para, en esta época, especializarse en dramas rurales tras “Réquiem por un campesino español”. Asimismo, tenemos a todos los hijos de Cristina Rota aquí enchufados, en una producción leonesa, siendo Juan Diego Botto el niño protagonista —y que actúa con un gracejo y una frescura que ya no tendría en “Historias del Kronen” (ahí tendría gracejo, pero en otro sentido)— y sus hermanas Nur Al Levi y María Botto, que serían dos de las niñas que pululan por el largometraje (y que, aunque recientemente visionado, ahora mismo no sitúo).
Por su lado, el director Paco Lucio, que se ganó mejor la vida como asistente, encargándose de la segunda unidad de films del mismo palo que este, como por ejemplo “El espíritu de la colmena” o “El Sur” (ambas de Víctor Erice, al que Lucio considera su maestro), tuvo oportunidad de dirigir dos películas más durante toda su carrera, ambas en los 90 y de mínima repercusión, “El aliento del diablo” y “La sombra de Caín”.