Una mansión alberga los espíritus de un joven matrimonio que
sin saber por qué, se suicida al comienzo de la película. A esta mansión llegan
de nuevas una parejita muy dicharachera y cariñosa, del montoncillo ella, feo y
grasiento con cierto aire a lo Joe Spinell, él. Pronto serán asediados por los poltergueist de
esa casa y deberán ingeniárselas para librarse de ellos, ya que deciden que no
quieren vender la casa.
Obviamente, la película está tomada muy en serio y sin ninguna
intención de causar simpatía al
espectador, eso queda claro. Es más, teniendo en cuenta que Milligan montaba
directamente en cámara, dios me libre de decir que es un gran director, pero
algo de idea tenía. Al final de la reseña les explicaré por qué trato de
excusarla un poco. Cuenta la película, con todos los elementos necesarios para
que la película llegara a dar un miedo atroz, a saber: discos que se ponen
solos, cuchillos que se caen del estante en las manos de la protagonista,
objetos que vuelan, apariciones espectrales, incluso sangre y vísceras… sin embargo,
el resultado es una de las más tristes comedias involuntarias de la serie Z. ¿Qué
es lo que pasa? Que obviamente, la falta de presupuesto y el exceso perjudica
seriamente una trama que no está ni tan mal.
Para empezar, los espíritus que dan por saco a nuestros
protagonistas son demasiado insistentes y pesados. Están todo el tiempo
haciendo de las suyas, ergo, como están haciendo acto de presencia cada dos
minutos, pronto nos acostumbramos a ellos. ¿Y cómo hacen acto de presencia? moviendo
cosas, sobretodo. Lo que pasa es que la cámara totalmente desenfocada, los
hilos que vemos enganchados a los objetos y los movimientos de estos, pausados,
y que se nota en todo momento que alguien tira de las cuerdas, no ayudan
demasiado en que nos metamos en situación,
y es inevitable que soltemos una risotada acompañada de un “¡venga, coño!”.
Por otro lado, esperando yo diálogos de los más besugo, me
encuentro con largas conversaciones intrascendentes, pero no del todo
delirantes, rollo culebrón, sobre el amor, la familia, el matrimonio y todas
esas cosas que obsesionaban a Milligan, pero en ningún momento son diálogos surrealistas.
Que no lo sean, lo único que consigue, es que todas esas escenas de diálogo
sean un absoluto peñazo… sin embargo, al final el tedio no es tanto, ya que
aguantamos la película perfectamente y miramos la película con interés, porque
la historia no está tan mal, y además disfrutamos un montón viendo como coloca
Milligan la cámara en el trípode y la gira 180 grados, con los traqueteos que
esto supone.
Atención también a la aparición de los espíritus… básicamente,
salen ellos tal cual, sin nebulosas ni artificios de ningún tipo.
En definitiva, que como serie Z desastrosa, me cautivó. Sin embargo, he aquí la prueba de que hay un público
para todo y los motivos por lo que no le sentencio como una absoluta mierda de
director: a la persona que la vio conmigo, conocedora de este tipo de películas,
y, supongo, muy en sus cabales, le
encantó la película, pero no como serie Z malísima. Le gustó porque pasó miedo,
le pareció entretenida, e incluso se tapaba la cara en las escenas más
sangrientas, incluida la celebre escena en la que a un individuo le abren las
tripas, y en lugar de estas, aparecen por el orificio unos suculentos espaguetis.
Y eso también convierte a esta película en algo raro y especial.
Ahora, esto es la etapa ochentera del director. De la
anterior etapa, si tienen curiosidad por ver algo, les diré que no tiene nada
absolutamente que ver con esto. Si quieren ver Milligan, lo suyo es que vean
esta, y olviden lo demás.