viernes, 9 de agosto de 2019

UN PROFESOR SINGULAR

Sin duda, Marco Ferreri, de una película a otra podía cambiar totalmente su discurso —en el caso de que tuviera uno— con la facilidad con la que uno se cambia de calzoncillos y,  si bien su cine es recordado por las películas más osadas y rompedoras (“El pisito”, “La gran comilona”) no deja de ser cierto que sus películas más irregulares no dejan de ser una buena muestra de sus facultades como autor. Y muchas veces, esas películas no pasaban de ser amables comedietas deudoras del neorrealismo sin una historia  enrevesada que contar. Si “La gran comilona” era una locura concienzudamente elaborada para molestar,  esta “Un profesor singular” es una película que, al margen de ciertos mensajes hippies que se sueltan con la mejor de las intenciones, no pretende más que mostrar una historia inofensiva y hasta familiar si me apuran.
La principal característica de “Un profesor singular” consiste en que es uno de los primeros papeles protagonistas del mundialmente conocido Roberto Benigni así como su única colaboración junto a Ferreri. La película, en la que se le deja manga ancha al actor para improvisar y llevar a su terreno cada una de las escenas de las que se compone la película, al final, no es más que filmar a Benigni interactuando con  un montón de niños. Y ya tenemos film.
Se trata de la historia de un hombrecillo que comienza a trabajar en un parvulario y que se mete enseguida a los niños en el bolsillo porque les insta a hacer toda suerte de divertidos juegos y actividades. Entre tanto, a nuestro protagonista le da tiempo a dejar preñada a una novieta, a la que, junto a un puñado de niños, se lleva Cerdeña para parir en un ambiente natural. También se centra en la amistad de este con un niño medio autista al que espabilará un poco a fuerza de persistencia.
Quizás se trate de la película más normal de Ferreri, así como la más simpática y buenrollera, pero, por descontado, no se trata ni de lejos de una de sus mejores películas. Sería del montón. Con todo eso, no deja de ser una película interesante y una especie de juego en el que da la sensación todo el rato, que cada secuencia ha sido rodada en total libertad, sobre todo,  la parte que concierne a la verborrea interminable, a veces insoportable, del no menos insoportable (y a veces genial) Roberto Benigni, a punto de convertirse en años venideros tanto en icono cómico de su país natal, Italia, como en musa surrealista de autores independientes, underground  y/o artísticos  como  puedan ser Jim Jarmusch o Amos Poe.
Y aunque sea la película más normal de Ferreri, esta se convierte, por ende, en su película más rara, tanto, que salvo por un par de detallitos marca de la casa, parece que fuera de Antonio Mercero y que Lolo García esté apunto de aparecer en el metraje. Lo haría en una infame película italiana, pero por lo pronto, no en esta.