Los aficionados al cine, especialmente si hablamos de puristas, deberían estarle muy agradecido al bueno y viejo vídeo. Y no me refiero a las cintas de alquiler, sino a las cámaras. Cuando apareció en el mercado, lo hizo arrastrando una etiqueta, la del malo de la película. Era la muerte del cine y cualquier cineasta, fuese de nivel que fuese, estaba "obligado" a detestarlo. Con los años y la implacable evolución de la tecnología, el vídeo se convirtió en "digital"... aunque en el fondo siga siendo vídeo. Y gracias a la implantación del llamado cine digital, los gastos a la hora de hacer un largometraje bajaron bastantes peldaños. Muchos cineastas que andaban retirados por falta de oportunidades, pudieron reactivarse de nuevo. Y lo que comenzó como una herramienta ingrata destinada únicamente a las "clases bajas" del séptimo arte, terminó perfectamente integrada entre los que habitaban la parte superior de la estratosfera cinematográfica.
Los viejos dinosaurios como Francis Ford Coppola, Brian de Palma o, ya que estamos, William Friedkin, no necesitan el cine digital para volver a trabajar. Son gente que se ha ganado el prestigio que acompaña a sus nombres y, en mayor o menor medida, seguro que podrían encontrar curros, aunque fuesen encargos. Sin embargo, a ellos el cine digital lo que les otorga es libertad. Libertad creativa. Y a día de hoy me atrevería a decir que no hay NADA en este mundo, planeta y universo, como ser libre.
Todas esas leyendas que hablan de productores inquisitivos e imposiciones de los grandes estudios deben ser ciertas. Eso podría explicar que cineastas que han demostrado disponer de tantísimo talento, llegado el ocaso de sus carreras, parecen perder completamente el norte comenzando a producir cine mediocre y sin vida. ¿Será que se hacen mayores y pierden la inspiración o que la gente del dinero que tienen detrás presiona demasiado y estropea el trabajo resultante?. Apostaría por la segunda opción, porque cuando muchos de estos creadores disponen de la amada y ansiada libertad, demuestran estar en muy buena forma. Y, como decía, solo se obtiene esa libertad cuando no hay mucha guita de por medio, pero sí ganas de hacer algo bueno. Gracias al cine digital, esto último, que parece una utopía, es bien factible. Y si no, que se lo digan a William Friedkin y su última peli, "Killer Joe".
Un pobre perdedor, atosigado por deudas con cierta mafia, convence a su padre para contratar a un asesino profesional que mate a su malvada ex-mujer y, así, cobrar un suculento seguro. El responsable de hacer el trabajo sucio se llama Joe, detective a media jornada, con tanto encanto y carisma como crueldad y mala leche. A falta de poder recibir el dinero de antemano, el asesino pide como "señal" follarse a la ingenua hermana del perdedor. Este accede muy a regañadientes. Una vez cometido el crimen, las cosas no irán como estaban planeadas. No hay dinero que cobrar y Joe no está nada contento. La familia al completo pagará por ello, a lo que hay que añadir una pequeña sorpresa muy agradecida y una secuencia de violencia semi-sexual algo cruda y que generó la inevitable "polémica", otorgando cierta popularidad extra a la película. Algo que va muy bien por el tema publicitario, pero que "Killer Joe" no necesitaba. Ni necesita, ya que se aguanta ella sola perfectamente (y, después de todo, no hay para tanto... me esperaba algo mucho peor).
William Friedkin tiene un montón de buenas películas, sobre todo en su primera etapa, "Contra el imperio de la droga", "El Exorcista", "A la caza". Luego vino la decadencia y, aún así, todavía disponía de algunos ases guardados en la manga, como "Vivir y morir en Los Ángeles", "Desbocado" y, ¿por qué no?, "Ganar de cualquier manera" o la pasable "Jade". Siguió rodando cosas bastante olvidables y alimenticias, hasta la llegada de la peli que comentamos ahora. Una auténtica pieza de "cine negro" moderno, situada en una Texas sucia, cutre y totalmente "white trash", repleta de personajes patéticos, en todos los bandos. Seca, cruda, contundente, como el mejor cine de su director, pero también muy entretenida, muy bien construida, con unos actores cojonudos (especialmente Matthew McConaughey que está brutal, y cuando habla, parece Clint Eastwood en sus mejores tiempos) y una historia que, aunque parte de elementos clásicos, no es nada previsible... especialmente en el último acto, y, todavía más, el brillante desenlace. Hay quien habla de "comedia negra", pero a mi me ha parecido perfectamente seria.
Película con P mayúscula, altamente recomendable (es aquello de "cada vez se hacen menos como estas").
Ah! y la banda sonora nos reserva un regalo a aquellos que nos consideramos fans de cierto rock and roll garajero de raíces punkeras: los "Reverend Horton Heat" sonando como adecuado fondo musical en un bareto cutre de carretera.