Aunque suene a introducción de gacetillero novato, es bien cierto que el fenómeno Indiana Jones esputó un mogollón de imitadores. Además, en todas partes del globo terráqueo. Desde la misma yankilandia (con "Tennessee Buck" o "Jake Speed" representando al gremio subproductil, aunque las hay a cientos, incluidos títulos tan mainstream como "Tras el corazón verde" o "La gran ruta hacia China"), pasando por la inevitable Italia ("El secreto del imperio de los incas", "Los aventureros del tesoro perdido", "El arca del dios del sol"), Inglaterra ("Biggles"), México ("El tesoro de la selva perdida"), hasta Australia itself ("Sky Pirates"). Incluso Jackie Chan picó con "La armadura de dios". Y "El tesoro de las cuatro coronas" fue la aportación Española en función coproductora. Ante semejante panorama, y teniendo en cuenta que, tal vez, algunas de aquellas imitaciones se rodaran en parajes Sudafricanos, estos se subieron al carro a finales de los ochenta con "La joya de los dioses". Total, tenían cerquita todo el exotismo requerido, así que en ese sentido la cosa les saldría barata. Muuuuuy barata.
Los yankis y los nazis se pelean por agenciarse un pedrusco de lo más poderoso. Los primeros mandan a un hindú (la comparsa cómica, absolutamente irritante) que se asocia con el típico aventurero golfo de nombre chispeante, Snowy Grinder (Australiano, para más señas). Los segundos envían al militar eternamente cabreado de marcado acento. Unos y otros lucharán, aparecerá la churri de rigor y todo terminará bien.
Lo justo sería cebarnos con "La joya de los dioses". Pero se parecería mucho a meterle collejas al tonto de la clase por ser tonto. Demasiado fácil. No se puede esperar nada de un exploitation de Indiana Jones sudafricano. Así que no esperamos nada. Y la vemos pacientemente, porque a la cabrona le pesa el culo. Poca acción, muchos diálogos, todo así como un pelo cutre, aunque sin llegar al tercermundismo, en ese aspecto mantiene la cabeza alta. Un sentido de la comedia absolutamente terrible (y excesiva). Y una escena en la que se fusila sin decoro otra de "Indiana Jones y el templo maldito", pero a lo pobre. Imaginen la movida de las vagonetas a tamaño infantil, unas donde han de caber, sí o sí, los tres protagonistas, bien apretujados. En el apartado desagradable, e inevitable dada procedencia y época, unas dosis de crueldad animal nada fingidas.
Si miramos a la peña implicada, parece que no pero podemos rascar algo. Por ejemplo, al héroe (cuya arma reglamentaria es un cortante boomerang que usa poco) lo interpreta Marius Weyers, actor que se ha mantenido activo hasta nuestros días y en cuyo curriculum encontramos cosas tan curiosas como el inevitable primer (¿y único?) gran hit de la cinematografía Sudafricana, "Los dioses deben estar locos", "Gandhi" (interpretando a ¡un conductor!), "Profundidad seis" y "Diamante de sangre". La conexión con "Los dioses deben estar locos" es de lo más razonable. Fue una cantera para actores de aspiraciones internacionales, por eso en ella también vemos a Sandra Prinsloo, que en "La joya de los dioses" da vida a la compañera del aventurero prota. Y podrían haber más nombres, pero no me apetece indagar.
Robert van de Coolwijk, director (dedica la película a su mujer e hijos. No me sorprendería que, después del estreno, le abandonaran), tiene poca cosa en tales funciones. Por contra, como diseñador de producción no ha parado de currar en títulos bien llamativos -por su naturaleza- del calibre de "Tienes que estar loco" (esa peli de cámara oculta que en España nos vendieron -incomprensiblemente- como parida por Monty Python), "Kickboxer 5: Revancha", "Mr. Bones" y "Granja sangrienta/Slash".